13 de agosto de 2010

Los Magos Copa y Nali

1 postillas
ENTRE EL CUENTO, EL SUEÑO Y EL TRUCO

Hoy es un día especial. Para bien o para mal, pero especial. Hoy es uno de esos días en los que cada respiración te resulta novedosa, o puede que unos simples parpadeos te resulten misteriosos. En definitiva, hay algo a tu alrededor o en ti que te dice que hoy es un día especial. Hoy es un día tan especial que él mismo no quiere destacar de entre los demás días, y espera pasar -en cierto modo- desapercibido. Inmerso en estos pensamientos, me despierto. Son las 2:30 de la madrugada. Debo haber dormido una hora y media, pero parece ser suficiente. Aun así, no me levanto de la cama. Espero, como el que espera el pitido inicial de un árbitro, a que suene una alarma personal, un llanto cercano o algún tipo de sonido que me obligue a levantarme, y ya aprovecho y escribo esta reflexión.

En uno de estos parpardeos tan misteriosos me doy cuenta de que algo en la muela del juicio, la de la izquierda (mi izquierda) de la mandíbula superior, ha sobrevivido al cepillado, y me está creando problemas. Se me está agolpando un poco de sangre en la encía, y me duele. Debe haber sido la cola de toro - o el rabo de toro, como aquí le dicen. Será eso lo que no me deja seguir durmiendo... Sí, eso será.

Vuelvo a parpadear, misteriosamente, y de repente no estoy donde estoy sino que estoy donde he estado. Me debo haber quedado dormido, y esto es un sueño. Dicen que los sueños, aunque parezcan algunos larguísimos y enrevesados, no duran más que instantes en nuestro cerebro. Bueno, esto no me quita el sueño, puedo comprender que, como si de una película en mpeg se tratase, o en .avi o cualquier otro formato, que dura t minutos, en realidad almacenada en el disco duro del ordenador ni dura ni deja de durar, puesto que no se está reproduciendo. Simplemente ocupa un espacio de memoria. Pues con los sueños debe suceder igual, pero en el cerebro.

Estoy en Sevilla, en el barrio de Triana, en la calle San Jacinto en su cruce con la calle Esperanza de Triana, que antes se llamaba Avenida José María Martínez Sánchez Arjona, aunque todo el mundo la conocía por Sánchez Arjona, a secas. Concretamente estoy en la esquina de Ecojoya, donde algunas pandillas de amiguetes quedan en encontrarse para ir, por ejemplo, a la Feria de Abril, o a tomar un helado en Verdú, o participar de la movida alternativa en el campo de deportes de los Salesianos de Triana. Estoy mirando -como dicen los muy trianeros- a Sevilla. Es decir, estoy mirando dirección (debería decir "sentido") Puente de Triana. Y ya no puedo parpadear.

Veo una escena a lo lejos que me resulta muy familiar. Veo acercarse a una pareja entre un flujo continuo de doble sentido de gente que va y viene. Bueno, veo a dos personas andando casi juntas. No sabría decir a esta distancia si son pareja. Los andares, incluso las siluetas monocromas, me resultan familiares, como les ocurre a muchos muchos del barrio. Se van aproximando y sí, podemos llamarles pareja. Son una mujer y un hombre, un par de tipos, ella y él, muy peculiares, y es frecuente verlos de esta forma por estos lugares. No hay nada de extraño. Les observo desde la distancia. Con esa distancia que te permiten a veces los sueños. Se van acercando y ya los veo claramente. Él, que presenta una ligera cojera, lleva bigote y cierto tipo de calva. De esas calvas que no parecen serlo. Esas calvas que impiden decir que fulanito o menganito es calvo, porque no estás del todo seguro de que lo sea. Porta en su mano izquierda una pequeña bolsa en la que hay un libro de poemas de Mario Benedetti (El Amor, las Mujeres y la Vida), y otra bolsa dentro con una cajita espigada que lleva una botella de ron Matusalem. Al parecer forman parte estos objetos de un regalo de boda. De una boda a la que no asisten como invitados. Ya he dicho que son unas personas muy peculiares. En la cabeza, lleva un montón de fotos del Barrio León (su barrio), fotos antiguas que está deseando comentar con los vecinos, y multitud de pensamientos positivos y recuerdos. Casi no le caben. Viste ropa normal. Absolutamente normal. Tan normal, que aunque es mi sueño, no consigo poder describirla. Es... normal. A su lado, como si con ella no fuera la cosa, anda al mismo ritmo, un poco más asfixiada que él, ella. Masca chicle con contundencia (quizá por eso va algo asfixiada), lleva el pelo muy corto, entre rubio y canoso, y ropa muy cómoda. Ropa normal. Tampoco sé concretar, salvo que lleva pantalón amplio y camiseta, y encima de la camiseta una camisa abierta. LLeva en su cabeza a sus tres hijos, a los que ella y él han dado lo mejor, cada uno a su estilo y dejándolos ser (que es lo más difícil, dicen), y a todo el barrio. LLeva puestos unos auriculares de esos que se introducen totalmente en la oreja. Parece, desde mi posición, que ella lleva un auricular en su oreja izquierda y él lleva el otro correspondiente en su oreja derecha. Este detalle me hace observar que él y ella están conectados por algo mucho más fuerte que un apretón de manos. Llevan andares casi independientes, individuales, pero proyectan su realidad como robusta pareja, quizás por ese halo que los envuelve a los dos, aprovechando que en los sueños se ven (los halos) con muchísima más facilidad que a las claras del día.

Se acaban de cruzar con un tipo que también llama mi atención. Este tipo (de espaldas puedo decir que está bastante gordote), al cruzarse con ellos, se para, y piensa. Yo, que en mis sueños me manejo mejor que quiero, leo su pensamiento, para decubrir que se trata de un psicólogo argentino (famoso) escritor de (principalmente) cuentos, y que acaba de recibir un flash de inspiración para describir sus ideas sobre la pareja. Se dice a sí mismo: "ve, Jorge, esta es essactamente la imagen que debés describir en el libro, en la metáfora de los Carruajes". Se ve que ha recibido el don de la inspiración para su libro "El camino del encuentro".

Vuelvo a enfocar a la pareja, que sigue acercándose. No parpadeo, ahora conscientemente, para no perderme detalle. Viéndolos de cerca, así en conjunto, con sus ropas normales de paseo, dan la imagen de ser pretendidamente personas corrientes, y en el fondo son -todavía- unos hippies. Unos hippies muy peculiares. Llevan un paso seguro, firme y suave al mismo tiempo, y dentro de sus individualidades, es mágico contemplar cómo avanzan totalmente sincronizados, confiados de que al lado va Su Otra Parte. Se ve que han vivido mucho, más de lo que dictan sus edades medioavanzadas. Proyectan, si uno se para a mirarlos, esa sensación que transmiten los que han entendido a la perfección de qué va esto de la vida en la Tierra, con el añadido de que ellos han sabido adaptar esa sabiduría al momento que les ha tocado vivir en la Historia de la Humanidad. Ese tipo de sabiduría que transforma a los seres peculiares en seres especiales, y a los seres pretendidamente corrientes en seres extraordinarios. Ese tipo de sabiduría requiere estar bien pero que bien dotado de humildad, y ellos lo están. Aprovechan esta circunstancia, los muy cucos, para pasar desapercibidos por las calles de Sevilla. A estas alturas, ya sé quiénes son: son Copa y Nali.

Ya no puedo más. Me escuecen los ojos. Parpadeo. Y ¿cómo? No entiendo. De repente él no está. Las ropas de ellas son similares a las no descritas anteriormente. No sé concretarte más, pero sé que son distintas. Ella va caminando sola, y ya está casi a mi altura, en la esquina de ecojoya. Lleva puesto un auricular en la oreja izquierda, y el otro va colgando del transistor. Va llorando, pero solo por un ojo. El otro va atento a todo lo que ocurre, por si hay que "arremangarse" y echar una mano con algo. Va triste, pero no. Va sola, pero no. Transmite la certeza de una conexión espacio-temporal que va mucho más allá de las parejas que pasean cogidos de la mano. Eso reconforta un poco, pero me siento, no obstante, muy extraño y extrañado, así que parpadeo.

Menos mal. Ahí están los dos, dejando atrás la puerta del IES Triana, la que da a la calle San Jacinto, acercándose a mi posición, que sigue distante, observadora. Sus ropas son las de antes. Respiro profundamente y, aliviado, parpadeo. Él ha vuelto a desaparecer.

Parpadeo, y me quedo dormido. Sueño dentro del sueño con una reunión de despedida en la que todos van de blanco. Alguien está hablando en voz alta, recordando "la suerte que tuvo al tener la oportunidad de despedirse...". Otra persona al oir esto comenta en voz baja que "ya hay que tener entereza y estar preparado para afrontar una despedida como la que a él le tocó vivir...". Curiosamente, en la reunión de despedida, ¡está presente el que se marchó! Todo está muy iluminado. Muy iluminado.

Termina bruscamente esta ensoñación, y me despierto dentro del sueño, pero ya no quiero abrir los ojos, y los dejo cerrados. No sé si ha pasado mucho tiempo o ha sido tan solo un instante, pero poco importa. Mantengo los ojos bien cerrados, y así recibo la inspiración, como le sucedió al escritor argentino (¿he dicho que llevaba perilla?), y veo con transparencia y rotundidad que esta pareja ¡son una pareja de magos! Ahora entiendo algunas cosas. Claro. Él lo mismo está que no está, pero sólo se trata de un truco. Y entiendo que él pasa de estar a no estar, como en los trucos de magia, aprovechando un descuido de la audiencia, del público. ¡Aprovechando los parpadeos! Por eso ya no abro los ojos. Imagino que él, Copa, sigue ahí, al lado de Nali, esperando que termine mi parpadeo para hacer su truco. Pero yo, que me he dado cuenta del percal, mantengo los ojos cerrados y empiezo a sonreír tímidamente.

Con los ojos cerrados, los siento pasar a los dos cerca de mí. Tan cerca que se puede intuir la musiquilla que suena en los auriculares que parecen compartir, pero no tanto como para estar seguro de qué canción es. Así que no lo digo, por si me equivoco.

Con los ojos cerrados, imagino cómo siguen su camino, juntos. Y así, con los ojos cerrados, en mitad de un truco de magia, decido ir detrás de ellos. No hay peligro, porque sé a dónde van, y conozco bien el camino. Lo he recorrido tantas veces que "lo podría hacer con los ojos cerrados", pensé yo alguna vez. Así que ahora es el momento de demostrarlo. Voy andando pensando en dejarlo (a Copa) un poco encerrado en los parpadeos. Bueno, será como un pequeño truco también... Recorremos el tramo que queda de la calle San Jacinto a la Plaza de San Martín de Porres, atravesando la multitud que suele haber delante de la esquina de Giko's, donde está ahora Polvillo y una oficia de la Seguridad Social. Empezamos a oler los naranjos del barrio, llegando ya a Álvar Núñez, pasamos la confitería Lola y Flores May, y giramos en la calle Barbacana, antes del tramo donde está el estanco, entrando ya de lleno en el Barrio León. En la esquina de la farmacia giramos por Dolores León, no hacia la Avenida de Coria, donde está el bar Casimiro, sino para el otro lado, hacia la barriada Los Ángeles. A mitad de tramo, me paro justo en la puerta donde imagino que han entrado los dos. Hay una leyenda barriera acerca de este tramo de la calle, que dice que cuando la hicieron, este tramo -como en los cuentos de Asterix y Obelix- se cayó en la marmita de la Solidaridad, y por eso son como son los que allí viven. En el centro de este tramo solidario de la calle estoy, con los ojos cerrados. Lo he conseguido. Ahora se escucha la canción que antes intuía, perfectamente, pues suena en la radio de la casa. ¡Acerté! Era "Gimme hope, Johanna", aunque parece estar cantada por un Angelito. No sé, cosas de los sueños y los trucos de magia.

Me quedo, respirando el aroma del barrio, mezcla de la flor del naranjo y la solidaridad que se respira, escuchando con los ojos cerrados, cuando...

Por fin suena la esperada alarma personal, esta vez vestida de llanto suave, cuando son las 4:29 de este día tan especial. Termino mi parpardeo, me levanto y escribo, pero no una reflexión, sino más bien una descripción. Esta, que así acaba, con todo el cariño:

En los peores momentos, simplemente, si quieres, cierra los ojos. Y recuerda, si quieres, que quienes ya no están sí que están en cada parpardeo. No los podemos ver, porque tenemos los ojos cerrados. Pero ahí estarán. Sólo es un truco. Como Copa, que ahí está, y ahí seguirá.

Ya no me duele la muela.

10/08/2010 6:54 A.M. Carlos Reina.