Llegaron una hora tarde al nodo principal, que coincidía por aquel entonces con el nodo geométrico y virtual de la galaxia, y mientras dejaban a buen recaudo y bajo tierra la nave que los llevó por encima del horario previsto por el navegador virtual, se les hizo más tarde aun. Los 3 visitantes se completaron ya a las órdenes del anfitrión, conformando desde entonces un ejército de 4 emisarios de color, que empezaban su misión, una vez repasado el plan.
La entrada titubeante fue motivada en parte por la incertidumbre de desconocer el aspecto de la comandante en jefe, que vivía su gran día. Al menos uno de ellos. Uno de esos grandes días que hacen grande una vida.
Cuando te mueves por las estrellas, apenas sabes a dónde vas, y ahí estaban los cuatro emisarios rasos, extraños entre estrellas, satélites y niveles excitados. Se llegaron a preguntar ciertamente si por allí andaría Ijon Tichy, o si estaría por llegar.
-Tienes que hacer notar tu llegada, emisario azul.
La entrada titubeante fue motivada en parte por la incertidumbre de desconocer el aspecto de la comandante en jefe, que vivía su gran día. Al menos uno de ellos. Uno de esos grandes días que hacen grande una vida.
Cuando te mueves por las estrellas, apenas sabes a dónde vas, y ahí estaban los cuatro emisarios rasos, extraños entre estrellas, satélites y niveles excitados. Se llegaron a preguntar ciertamente si por allí andaría Ijon Tichy, o si estaría por llegar.
-Tienes que hacer notar tu llegada, emisario azul.
-Ya, pero...
-A eso hemos venido
-Ya, pero...
Cuántas preguntas y cuántas falsas dudas. Cuánto suspense, que -no nos engañemos- acrecentaba un tanto la esperada llegada del momento clímax para el emisario azul. Descubrir a la Maestra de las palabras no era cualquier cosa. También los otros colores lo sabían.
Y sí, allí estaba ella, la comandante en jefe, ya Maestra con su uniforme azul claro del color -dicen- de los ojos del emisario azul. Radiante, ciertamente radiante, pero algo cansada. Era su día, y los nervios de las terminaciones nerviosas a veces agotan más que las carreras de 42 km, o las de 6 años (luz). No estaba sola. La acompañaba su perpetuo séquito, conocido como Al Aígro.
Demasiado tarde. Bueno, nunca es demasiado tarde. A veces.
-Es especial, emisario gris. Tengo que darle algo
Cuántas preguntas y cuántas falsas dudas. Cuánto suspense, que -no nos engañemos- acrecentaba un tanto la esperada llegada del momento clímax para el emisario azul. Descubrir a la Maestra de las palabras no era cualquier cosa. También los otros colores lo sabían.
Y sí, allí estaba ella, la comandante en jefe, ya Maestra con su uniforme azul claro del color -dicen- de los ojos del emisario azul. Radiante, ciertamente radiante, pero algo cansada. Era su día, y los nervios de las terminaciones nerviosas a veces agotan más que las carreras de 42 km, o las de 6 años (luz). No estaba sola. La acompañaba su perpetuo séquito, conocido como Al Aígro.
Demasiado tarde. Bueno, nunca es demasiado tarde. A veces.
-Es especial, emisario gris. Tengo que darle algo
-No tenemos nada, emisario azul
-Le daré algo de color. Su color
-No olvides esconder tu habla. Te reconocería y eso sería el fin.
El fin del juego.
Ella fue atenta, cercana, cariñosa, accesible (desde su posición),... como se espera (y a la vez no) que sean las estrellas radiantes. El emisario azul quiso serlo, y quizás se quedó en el camino, pretendidamente prudente y sin querer ser más que una anécdota. Una anécdota para él muy intensa de color turquesa, que deja un bienestar tranquilo y colmado de ganas de más, una especie de paz entre luces amables, que tarda en desvanecerse.
El emisario azul ya no tenía que sacar los dientes ni las armas de cristal templado. Todo estaba bien.
-Deberíamos irnos, entonces. Ella tiene su vida.
Más agradecido de lo que torpemente son capaces de expresar los emisarios de color, siguieron su misión los cuatro, recordando para siempre las palabras escritas por la Maestra. Para siempre.
El fin del juego.
Ella fue atenta, cercana, cariñosa, accesible (desde su posición),... como se espera (y a la vez no) que sean las estrellas radiantes. El emisario azul quiso serlo, y quizás se quedó en el camino, pretendidamente prudente y sin querer ser más que una anécdota. Una anécdota para él muy intensa de color turquesa, que deja un bienestar tranquilo y colmado de ganas de más, una especie de paz entre luces amables, que tarda en desvanecerse.
El emisario azul ya no tenía que sacar los dientes ni las armas de cristal templado. Todo estaba bien.
-Deberíamos irnos, entonces. Ella tiene su vida.
Más agradecido de lo que torpemente son capaces de expresar los emisarios de color, siguieron su misión los cuatro, recordando para siempre las palabras escritas por la Maestra. Para siempre.
Le dedicaría -decidió por aquel entonces el pequeño emisario de sangre real- entre otras cosas, su centenario.
Y helo aquí. --cuento sólo para ojos entrenados--
Y helo aquí. --cuento sólo para ojos entrenados--