Esta publicación no trata sobre una lesión de rodilla de Bruce Springsteen [el verdadero Boss, y no ese tal Jiugo (Hugo)], ni de una de las palabrotas que a todos nos encanta pronunciar: EMPATÍA. No. Esta publicación trata más bien de otra cosa, pero yo todavía no lo sé. En ello estoy.
Hablar de la empatía con simpatía dicen que es ponerse en el lugar del otro. Mucho más que cederle a alguien tu sitio en el autobús, o colarse en la fila para pagar del mercadona, la empatía es ponerse figuradamente en el lugar del otro: capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos (rae). Dicen que es una de las claves para la salud mental y para preservar nuestra supuesta humanidad. Dicen.
Desde luego que es un ejercicio intelectual de alto nivel imaginar que somos nuestro interlocutor y llegar a entender que desde su perspectiva de las cosas, sus sentimientos tienen sentido y por lo tanto sus actos son comprensibles. Pero al fin y al cabo, no es más que eso: un complejo ejercicio en el eje imaginario. Más real y recto es vivir y experimentar en primera persona (del singular) lo que vive y experimenta el otro en sus propias carnes. Y es eso exactamente lo que ha hecho El Jefe: infiltrarse entre los suyos para sentir y observar desde cerca cómo son las cosas al nivel del mar, al nivel terrenal. De esa forma es El Jefe Infiltrado.
Al igual que en el programa televisivo, por cierto recientemente adaptado en España, El Jefe, se transforma para pasar desapercibido, y se hace pasar por uno de sus subordinados, para con cierto disimulo observar desde dentro, como uno más, qué falla y qué funciona. Así, podrá sentir en su propia piel las dificultades, tentaciones, obstáculos y problemas con los que se encuentran en su mísera vida mortal aquellos a los que debe dirigir y juzgar. Así, como uno más, El Jefe llega a comprender el porqué de muchas cosas que desde las alturas, quizás, no se alcanza a explicar, y comience a sentir compasión por aquellos que parecían ser unos pecadores de la pradera y unos malvados desalmados. Así, puede incluso acabar por ofrecer inesperados regalos y recompensas a humildes hombres y mujeres que sólo tratan de cumplir dignamente con su día a día. Y como no es lo mismo verlo o que te lo cuenten, a sentirlo y vivirlo tú mismo, pues allá que va El Jefe y se infliltra sufriendo y padeciendo lo mismo que los suyos. ¡O más!
No es mala idea esta, la verdad, para que El Jefe consiga ser más (?) justo, ecuánime y misericordioso, pues no se pone mentalmente en el lugar del otro, sino que lo vive.
Perdona si esta publicación no te aporta mucho, pero hoy, no alcanzo mucho más que a pensar que esta historia del Jefe Infiltrado me resulta tremendamente familiar, y me parece tener más de dos mil años. Ô_o
¿Sabes tú ya de qué va esta reflexión?