24 de enero de 2006

BSOST

12 postillas
Banda Sonora Original Soundtrack

¿Has pensado alguna vez cuán diferente sería tu vida si la rodaran? No en plan El Show de Truman / The Truman Show (que por cierto, Mr. Truman de true man tenía bien poco, el pobre), sino que me refiero a cómo serían nuestras vidas si estuvieran siendo rodadas. O mejor, si ya estuvieran rodadas. Rodadas y montadas... Rodadas cual cantos, y montadas cual nata.

De esa forma, sería mucho más sencillo tomar una decisión, o percatarnos de un peligro... o saber si alguien es interesante... Y todo gracias a la música que nos pondrían como ambiente. Porque la banda sonora de una película es clave para transmitir lo que pretende en cada momento. La banda sonora es pieza fundamental en una película. ¿Por qué no habría de serlo en nuestras vidas? En nuestro caso, la música nos indicaría el camino a seguir ante la duda, o al menos nos daría la información, y cada cual sería libre de seguir escuchando la música en tonos graves y rítmicos, y a veces disonantes, por ese callejón oscuro, o retroceder hasta empezar a escuchar un violín acompañado de acordes armónicos (no esféricos).

Qué distinto sería todo. Sabríamos con certeza si lo que acabamos de decir es un auténtico disparate, o si debes quedarte en suspense en determinado momento, o si debes reírte y no darle importancia a algo, gracias a las carcajadas enlatadas. Sabríamos perfectamente cuando estamos ante una situación crucial para nuestra trama, o cuando ésta se podría tornar en romántica.

Hay personas que asocian con tremenda facilidad y felicidad épocas de sus vidas con tipos de música o canciones determinadas. También hay gente que cree en las señales, y se fijan en ellas a la hora de mover el pie derecho o el izquierdo, o ninguno, o los dos, o para pararse ante un stop, o hacer gala de forzada cortesía ante un imperativo ceda el paso. No me considero especialmente del segundo grupo señalado, pero un poco sí del primero. La música es vital en mi vida, valga la insistencia. Y a veces pienso en lo de la banda sonora de nuestras vidas... A partir de hoy intentaré agudizar mis sentidos en los momentos difíciles. Ampliaré mi ángulo de visión, sentiré el cabello de la nuca, estaré atento a los movimientos de aire/viento. Agudizaré mi oído, por si alguna musiquilla me indica si me encuentro en el planteamiento, en el nudo, o en el desenlace.

18 de enero de 2006

Mi tendón y el de Aquiles

7 postillas
Ahí hay ays de ayer
Bueno, bueno, bueno. Debido a la insistencia de tanta gente (¿he oído un bpjjjj! *?), y a las numerosas cartas y emails recibidos (¿eso ha sido una risotada?), y a los incontables SMS que piden que hable un poco de mí (oye, eso era una carcajada, no digas que no... Un poquito de yo qué sé), e incumpliendo mi propósito de no hacerlo, pues este no es el lugar (s) ni el momento (t), me atrevo hoy a reflejarme un poco en el (maldito) cristal, dejando pasar algo de luz hacia el otro lado. Contaré algo sobre mí. ¿Cómo? ¿Que a tí qué te importa? Brrrr. :D

Hoy, según mi caduca agenda del 2005 con premio para el caballero, se cumple un año de mi -deseada**- lesión de tobillo, haciendo como que jugaba al balón de futbito. Me lo hice polvo, y con él mi tendón de aquiles. Son muchos los traumatólogos que me ha pedido que vaya a verles (para pagarles lo que les debo), pero no he podido este año por multitud de excusas insignificantes, pero que si las juntas, forman una señora excusa, por no decir exclusa.

Hace unos días, empecé a notar notoria mejoría en este mi tobillo del lado izquierdo. Afortunadamente, he hecho vida pseudonormal a pesar de él, y con él. Y curiosamente, no es ni ha sido la parte de mi cuerpo que más me ha dolido durante el premiado año.

Hoy, tal día como ayer (ya sabes que con los años los días se retrasan un día), me doblé salvajemente y por primera vez, el tobillo. Y será la última. No lo dudes. Ahora dime: ¿qué te duele a tí***?

* personal onamatopeya (como sabéis algunos ;D) de risotada contenida, labios juntos.
** 40 minutos antes de la lesión, me atreví a pronunciar las siguientes palabras: -- pffff, tío, yo lo que quiero es lesionarme y así no darle más vueltas a esto...
Cuidado con lo que deseas... podría...
*** no vale decir el diodeno, ni el píloro, ni la oreja de otro.

17 de enero de 2006

Cuentos sobre el llorar sin razón

4 postillas
De espaldas, una y otra vez, y para que yo lo cogiera, caía sobre mí. Mi compañero, mostrando una confianza total, se dejaba caer de espaldas a sabiendas de que yo no dejaría que chocara contra el suelo. Yo lo levantaba, sujetándolo por la zona dorsal, e intentando mantener una posición de equilibrio. Entonces una vez realcanzada la vertical, lo lanzaba hacia delante. Pero él volvía a dejarse caer, ayudado por el impulso que le daba una pared amiga. Yo notaba y sabía que la diferencia de peso, unos 10 kilos, no tardaría en hacerse notar. Mientras, él caía, y yo impedía que cayera. No podía dejar que cayera. Otras veces, él hacía lo mismo por mí. Y ciertamente no sé cuál de las dos posiciones era más agotadora: si la del que cae, o la del que impide la caída. Ninguna de las dos posiciones me resultaba fácil, y las intercambiábamos a la voz del Maestro, que dirigía todo el proceso.

Cada vez, la demostración de confianza por parte de mi compañero era menor, y dejaba paso a lo que parecía ser un extraño interés por caer y chocar contra el suelo, de espaldas. Ignoro si notó que a veces tuve que ayudarme de la cabeza para que él no tuviera éxito en su kamikaze (más que suicida) intento. Otras, la rodilla y el pecho salieron a echarme una mano. Un mano vacía.

Acabé pensando que él percibía mi lucha interior por abandonar, y se había sumado a esa lucha, de una forma extraña. Combatía por ambos bandos: pretendía que la lucha fuera realmente cruenta, para lo que trataba de vencerme. Pero gracias a ello, conseguía que yo quisiera ganar, y que no abandonase. Porque sólo entonces hubiera perdido. Curiosamente, entre una vez y la siguiente, yo entregaba mi carta de rendición, que no era aceptada, pues no tenía más rival que mis limitaciones. A veces tardaba toda una vida en conseguir levantarlo. La diferencia de peso se carcajeaba en mi interior, haciendo que fuese yo quien se sentía doblemente pesado. Sinceramente, siento que todo hubiera sido igual si esa diferencia no hubiese existido.

La extenuación era total. Pero todo acabó, cuando el maestro así lo convino. En el momento justo. Ni antes, ni después, como es habitual en la maestría. Había pasado tiempo suficiente como para haber abandonado al menos un centenar de veces... y vuelta a retomar la lucha las mismas. El maestro nos abrazó al terminar, como suele hacer. Y yo al cabo de unos instantes ya lloraba por alguna razón... o por ninguna.

Sentía apenas mi cuerpo, sobretodo el tren superior. Y las primeras lágrimas se saltaron las barreras que las mantenían a raya, detrás del consciente. Ignoro si las lágrimas fueron por la toma de conciencia de mi debilidad, o por ser consciente de la cantidad de veces que hube de retomar el combate conmigo mismo (debido a que abandonaba cuando sentía que era el fin), o por las penas ocultas que encontraron las grietas adecuadas en mi conciencia, sedientas de luz exterior. Ignoro por completo si la sensación de profunda pena era debida a la asociación de la mente de un estado del yo con un estado del cuerpo, con su correspondiente confusión, o si era pena que sentía desde fuera hacia dentro, como así me parecía en aquel momento. Ignoro si el abrazo sentido del maestro hizo aflorar mis inquietudes más insondables. Ignoro si la dramática extenuación me dejó tan vacío que penas ajenas aprovecharon la ocasión, o si la expulsión de las propias era el único camino para llegar a ese vacío. Ignoro el porqué, pero no el qué. No lo ignoro, mas no lo sé, aunque lo conozco. Porque lo he sentido. Porque lo he andado. Porque no me lo han contado ni lo he soñado ni lo he leído.

Porque libré cien combates en los que me quise rendir, y no pude.