Sevilla. Abril. Azahar. Albero. Alegría. Cante. Baile. Feria.
La feria de Sevilla es así. Es la Feria de Abril. Una fiesta local tradicional, convertida en punto de encuentro, cuyo origen se remonta a allá por el año 1847, cuando los señores (sevillanos de adopción) Narciso Bonaplata y José María Ybarra pidieron al ayuntamiento que se celebrase una feria de ganado. Y así empezó todo, tras el beneplácito tácito de la reina Isabel II.
Hoy, y desde hace décadas, es la celebración de la ciudad, la cual se replica y se establece en un recinto en el que las casetas son la prolongación de los hogares de los sevillanos. Por eso, conviene venir a la feria siendo invitado por algún ciudadano sevillano, pues en caso contrario, puede uno verse paseando por las calles del Real de la feria, maldiciendo gratuitamente por no poder entrar en tal o cual caseta. Y es que Sevilla celebra su fiesta, para sí misma, e invita a aquellos que lo deseen. Pero deben ser invitados, tal como invitarías tú a tu cumpleaños o al convite de alguna celebración especial. En este caso, la diversión y la alegría la tienes asegurada. En otro caso, tampoco te va a pasar nada, pero no sería igual.
En la feria se conjugan (a veces) los astros de la amistad, de la alegría, de las conviás, del etcétera y etcétera. Pero hay veces que uno, aun viendo que ha crecido y observado que ha cumplido años, se ve haciendo o presenciando infantiles alardes de inmadurez, teniendo en cuenta absurdas cuestiones en lo que a relaciones personales se refiere. Porque además, ocurre que en la feria uno quiere estar con todos, y a veces todos con uno. Pero no hay tiempo material (muy curioso eso del tiempo material. ¿Serán los relojes de arena?), y tiene uno que repartirse injustamente y dividirse resignadamente.
En la feria además se tolera todo, o casi todo. Se come mal a precios abusivos, comes a deshoras (en realidad no se para de comer), bebes peor, pasas calor o frío (pero nunca 0º), soportas mesas cojas llenas de porquerías, gente y bullas para dar y regalar, retrasos de horas, poquísimas o ningunas horas de sueño, ... Realmente se llega a pensar que si la feria durara más de lo que dura, acabaría con más de uno. Y es que hay que ser un verdadero superhombre para llevar con entereza esta fiesta entera.
¿Cómo lo pasaría superman en la feria? ¿Lograría evitar las peleas de imberbes cerebrales en las casetas municipales? ¿Lograría evitar los puntos desfasados de rebujito, los punto y coma, y los comas etílicos? Superman haría de las suyas, seguro. Pero entonces echaríamos de menos a Clark Kent. Porque cuando está superman no está Clark, y cuando Clark está, no lo está superman. Y esta feria, puede pasar a la historia (a mi historia) como la feria de superman. Porque yo quiero estar con superman, pero también con Clark. Y como yo hay más gente. Pero claro, ... cada vez hay más héroes de barrio, y menos abrazos entre superman y Clark.
La feria de Sevilla es así. Es la Feria de Abril. Una fiesta local tradicional, convertida en punto de encuentro, cuyo origen se remonta a allá por el año 1847, cuando los señores (sevillanos de adopción) Narciso Bonaplata y José María Ybarra pidieron al ayuntamiento que se celebrase una feria de ganado. Y así empezó todo, tras el beneplácito tácito de la reina Isabel II.
Hoy, y desde hace décadas, es la celebración de la ciudad, la cual se replica y se establece en un recinto en el que las casetas son la prolongación de los hogares de los sevillanos. Por eso, conviene venir a la feria siendo invitado por algún ciudadano sevillano, pues en caso contrario, puede uno verse paseando por las calles del Real de la feria, maldiciendo gratuitamente por no poder entrar en tal o cual caseta. Y es que Sevilla celebra su fiesta, para sí misma, e invita a aquellos que lo deseen. Pero deben ser invitados, tal como invitarías tú a tu cumpleaños o al convite de alguna celebración especial. En este caso, la diversión y la alegría la tienes asegurada. En otro caso, tampoco te va a pasar nada, pero no sería igual.
En la feria se conjugan (a veces) los astros de la amistad, de la alegría, de las conviás, del etcétera y etcétera. Pero hay veces que uno, aun viendo que ha crecido y observado que ha cumplido años, se ve haciendo o presenciando infantiles alardes de inmadurez, teniendo en cuenta absurdas cuestiones en lo que a relaciones personales se refiere. Porque además, ocurre que en la feria uno quiere estar con todos, y a veces todos con uno. Pero no hay tiempo material (muy curioso eso del tiempo material. ¿Serán los relojes de arena?), y tiene uno que repartirse injustamente y dividirse resignadamente.
En la feria además se tolera todo, o casi todo. Se come mal a precios abusivos, comes a deshoras (en realidad no se para de comer), bebes peor, pasas calor o frío (pero nunca 0º), soportas mesas cojas llenas de porquerías, gente y bullas para dar y regalar, retrasos de horas, poquísimas o ningunas horas de sueño, ... Realmente se llega a pensar que si la feria durara más de lo que dura, acabaría con más de uno. Y es que hay que ser un verdadero superhombre para llevar con entereza esta fiesta entera.
¿Cómo lo pasaría superman en la feria? ¿Lograría evitar las peleas de imberbes cerebrales en las casetas municipales? ¿Lograría evitar los puntos desfasados de rebujito, los punto y coma, y los comas etílicos? Superman haría de las suyas, seguro. Pero entonces echaríamos de menos a Clark Kent. Porque cuando está superman no está Clark, y cuando Clark está, no lo está superman. Y esta feria, puede pasar a la historia (a mi historia) como la feria de superman. Porque yo quiero estar con superman, pero también con Clark. Y como yo hay más gente. Pero claro, ... cada vez hay más héroes de barrio, y menos abrazos entre superman y Clark.