Comentábamos hace un ratillo algunos compañeros de trabajo y yo, lo impresionante que resulta la memoria de los pequeñajos. Es algo digno de admiración, no por el mérito que tengan ellos por eso (que ciertamente es ~nulo), sino por el hecho en sí. ¡Qué maravilla el cerebro de los niños! Tienen esos pequeños diablillos una capacidad para absorber todo lo que les llega que es verdaderamente maravillante. Cualquier cosilla que se les diga, así casi de pasada... y pareciendo ellos que no están pendientes de lo que se les está diciendo... y ¡ZÁS! Al día siguiente, o el otro o al-lotro, te sorprenden repitiendo tus palabras. Increíble&Unbelievable (boy). ¡Ay de tí si has hecho que se quede con una palabra mal significante! Porque mal sonante no tiene por qué ser... Debemos cuidar las ideas que se les hacemos llegar a estos pequeñajos, porque se quedan con todo. Como se suele decir, son como esponjas.
Esta capacidad se va perdiendo con los años, pues nuestros cerebros se van llenando de cosas, de recuerdos, de imágenes, de conocimiento, de sentimientos... y claro, no entra igual el agua en una vasija llena que vacía. Y después está el más peligroso de todos los ocupantes. El más gordo, el más pesado, el que más ocupa. El que restringe estrictamente la entrada de nuevas entradas: los prejuicios.
Los prejuicios ocupan mucho espacio en los cerebros. Y los secan. Y las esponjas se tornan impermeables gomas. Y nos hacemos mayores. Y algunos le llaman madurez. Otros no.