-¿Pedimos otra de puntillitas?-
Este es un reino de palabras. A la blogoesfera, me refiero. Me encantan las palabras. Dan un juego tremendo en la vida, y entre ellos el mayor -por Grande- de los juegos: el juego de palabras, que es la base del humor, en el buen sentido (en el sentido del humor). En definitiva, que quien domina el humor es porque domina las palabras, cumpliéndose además que el contrario no es cierto. La ambigüedad, la relatividad, las connotaciones, las familias semánticas, las acepciones... son cualidades magníficas de las palabras. Magníficas para el que trate con bondad esta cualidad, claro está. Habrá, no obstante, quien en este reino de palabras, la blogosfera, mida un blog u otro por su número de visitas, o por el número de postillas (comentarios), y habrá quien los mida por la calidad de las palabras en él contenidas, y la relación entre ellas. Cada cual se servirá al gusto: objetividad o subjetividad. Cifras y/o letras.
Ocurre, que me apasionan los números. Más que los números en sí, el rigor al que someten al Universo. La exactitud, la precisión, la concisión, el acierto, esa inequívoca medida, la denotación ... me trae loco. Es una virtud ésta que se convierte a veces en modo de vida, o modo de expresión, o modo de interpretación. Ahora bien, los números necesitan a las palabras para ser explicados. Me corrijo: un hombre necesita de las palabras para explicar un dato a otro, o bien para que cobre sentido como respuesta a una pregunta (-¿Cuántos años tienes, Bartola? - 43). Esa necesidad, obviamente, no es intrínseca de los números, sino del Hombre. Y si no te gusta la palabra necesidad, digamos Interrelación a modo de colaboración.
Me gusta aplicar las características de los números a las letras. Lo reconozco. Y reconozco que eso vuelve casi locos a muchos de los que me rodean (ver poste anterior, el puntillita y la persona humana (ambos dos)). Pero es que me gusta el rigor a la hora de elegir una palabra u otra, una expresión o la de al lado. No lo puedo evitar. Y es que creo que se puede ser preciso a lo hora de expresarse, cuando sea necesario serlo. Se trata de coger una virtud de unos (los números) y sumarlo a una virtud de otros (las palabras), conjugándolas: precisión en la comunicación.
De todas formas, igualmente reconozco que debo plantearme seriamente el bajar el nivel de rigor en las conversaciones coloquiales y ordinarias (no por vulgares, sino del día a día).
Ojo, porque en política se hace lo contrario. Se coge una característica de uno de los componentes y se aplica al otro, pero maliciosamente: tenemos un dato (objetivo), bien, pues seremos tan ambiguos como podamos, y tan vacíos de contenido como queramos, a la hora de comunicar ese dato (evidentemente para sacar tajada). Y después lo disfrazaremos con el socorrido "aquí el que no se contenta es porque no quiere*", o el indignante "en Europa las casas son más caras aun"... No hay más testigos, señoría.
*en los resultados de las elecciones, mismamente.
Ahora ponle una postillita al puntillita, por caridad de personas humanas, poddió.